Por Gabriel Impaglione
Con las últimas noticias desde la cima del mundo uno no puede sino acodarse en la mesa y cerrar los ojos para obligar a las palabras a mezclarse con las sustancias más productivas de la reflexión, esa maquinaria quasi perfecta que todos llevamos incorporada, algunos en el centro de la razón, otros en las orillas de la inconsciencia.
Qué puede importar en un pueblito remoto de Sudamérica o el África el anuncio del otorgamiento, por ejemplo, de un premio Nobel?
Como sucede a menudo los científicos elegidos por la Academia Sueca para semejante distinción son anónimos, hacen cosas prácticamente desconocidas y no suelen aparecer en los medios de comunicación
Se los descubre en algún lugar en el mundo gracias a esta distinción, incluso se sabe finalmente que las actividades científicas no son una tira de historieta.
Quien más quien menos, una vez en la vida ha tenido contacto o pasado cerca de un científico, un producto de la ciencia le ha salvado o mejorado la vida, alguna Universidad pública queda en el trayecto cotidiano hacia el trabajo.
Pero nunca se expresa como modelo para una sociedad que ha sido formada para exhibir con orgullo otro tipo de modelos
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