lunes, 31 de octubre de 2011

El silencio del G-20 sobre los controles de capitales

Control del Capital
José Antonio Ocampo, Stephany Griffith-Jones, Kevin P. Gallagher
Project Syndicate

Cuand oel Presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, tomó las riendas como anfitrión de la cumbre del G-20, que tendrá lugar en Cannes el 3 y 4 de noviembre, llamó a Fondo Monetario Internacional a que desarrollara un “código de conducta” para el uso de controles de capitales (o regulaciones a los flujos de capital, como preferimos llamarlas) en la economía mundial. El FMI siguió esa recomendación y publicó unas directrices preliminares el pasado mes de abril
La regulación de los flujos de capital transfronterizos ha sido un tema extrañamente ausente de la agenda del G-20 orientada a fortalecer la regulación financiera. Dichos flujos juegan un papel central en la volatilidad financiera, que fue el motivo por el cual el G-20 se abocó a la tarea de fortalecer la regulación financiera. El FMI ha mostrado que los países que han regulado los flujos de capital estuvieron entre los menos afectados por la crisis financiera global. Desde 2009 ha aceptado e incluso recomendado el uso de dichas regulaciones para manejar los flujos masivos de “dinero caliente” hacia las economías emergentes.

Sin embargo, aunque el código propuesto por el FMI es un paso en la dirección correcta, su aprobación por parte del G-20 no sería apropiado para una economía mundial que está en proceso de recuperarse de una crisis financiera y busca prevenir otra
Debido a las bajas tasas de interés y la recuperación lenta de los países desarrollados, acompañadas de tasas de interés altas y crecimiento rápido en las economías emergentes, los inversionistas han movilizado grandes cantidades de capital de los primeros hacia los segundos, entre otros hacia Brasil, Chile, Corea del Sur y Taiwán. En meses recientes, esos capitales han salido de nuevo en forma masiva, mostrando una vez más que pueden ser volátiles y peligrosos.

De hecho, el FMI ha mostrado en su informe sobre “Perspectivas de la Economía Mundial”, que esos flujos pueden generar burbujas de activos, tornan más difícil la adopción de políticas monetarias independientes y desencadenan apreciaciones de las monedas que se traducen en pérdidas en la competitividad de las exportaciones. Por ejemplo, el real brasileño se apreció más del 40% entre 2009 y agosto de 2011, antes de debilitarse en meses recientes
Algunos países no respondieron a esta situación pero muchos, entre ellos algunos industrializados como Japón y Suiza, han intervenido masivamente en los mercados cambiarios. Otros también regularon las entradas de capitales, entre otras medidas a través de impuestos a las compras de bonos y acciones por parte de extranjeros, a las operaciones con derivados y de encajes a las entradas de capital de corto plazo.

El Ministro de Hacienda de Brasil se refirió a estas acciones como una “guerra de monedas”. Ese fue el contexto para que el Presidente Sarkozy, usando la plataforma de anfitrión del G-20, tratara de forjar una serie de directrices efectivas para el manejo de los flujos de capital.
Las directrices que propuso el FMI recomiendan que los países usen las regulaciones a los flujos de capital solo como intervenciones de última instancia, después de que se hayan agotado el uso de otras medidas: acumulación de reservas internacionales, apreciación de las monedas y reducción de los déficit fiscales. En respuesta a esas recomendaciones, convocamos un Grupo de Trabajo independiente, compuesto de académicos y antiguos funcionarios gubernamentales, para que examinara el uso de las regulaciones a los flujos de capital y diseñara unas directrices alternativas para el uso de dichas regulaciones en los países en desarrollo.

Entre otros resultados y recomendaciones, nuestro grupo de trabajo llegó a la conclusión de que en aquellos casos en los cuales el FMI había encontrado que las regulaciones a los flujos de capital habían sido efectivas, los países las habían adoptado en forma temprana, como parte de un paquete comprensivo de política, y no como intervenciones “de última instancia”. Más aún, si los países no han firmado acuerdos de comercio e inversión que restringen el uso de dichas regulaciones (y muchos lo han hecho), el acuerdo constitutivo del FMI les da autonomía plena para manejar los flujos de capital. Por ello, limitar tales medidas a una condición de “última instancia” reduciría las opciones disponibles, precisamente en un momento en el que los países necesitan la mayor cantidad de instrumentos para prevenir y mitigar las crisis
En vez de aceptar un código de conducta de cumplimiento obligatorio, que puede conducir paradójicamente a la apertura de las cuentas de capital en todo el mundo, el FMI, el G-20, la Junta de Estabilidad Financiera y otras instituciones deberían más bien tratar de reducir el estigma asociado a las regulaciones a los flujos de capital y proteger la capacidad de los países de adoptarlas. De hecho, el FMI podría ayudar a los países a prevenir la evasión de dichas regulaciones, y en conjunto con el G-20 y la JEF debería liderar un diálogo mundial acerca de en qué medida los países deben coordinar dichas regulaciones.

Hay muchas razones por las cuales los intereses de los países favorecerían dicha coordinación. Los países industrializados están buscando recuperarse de la crisis y quieren que el crédito y el capital permanezcan para ayudar a reactivar el crecimiento, en tanto que los países en desarrollo ganan poco con los flujos de capital de corto plazo. Este interés común podría servir de base para que, a través de normas tributarias y regulatorias, los países industrializados busquen que los capitales permanezcan en casa, al tiempo que las economías emergentes adoptan medidas para cambiar la composición y reducir los flujos potencialmente desestabilizadores.
.José Antonio Ocampo es profesor de la Universidad de Columbia y ex-Ministro de Hacienda de Colombia. Stephany Griffith-Jones es la Directora de Programas Financieros de la Iniciativa de Diálogo de Políticas de la Universidad de Columbia. Kevin Gallagher es profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Boston

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