jueves, 29 de diciembre de 2011

Una paranoica casa común

El ministro de Economía francés afirmó que la de su país es mejor que la británica, y dijo no entender por qué las calificadoras amenazaban con bajarles la nota.
J. F. Marguch
La decisión de Davida Cameron, primer ministro del Reino Unido, de vetar los recientes acuerdos de la Unión Europea (EU), ha ensanchado el Canal de la Mancha. Gran Bretaña está hoy más próxima a los Estados Unidos que al continente europeo.
En fin de cuentas, nada nuevo. Un viejo refrán, que tiene como fundamento una de las líneas maestras de la política exterior del Foreign Office (la cancillería británica), proclama que “Londres está más cerca de Washington que de París”.


En el siglo 20, hubo dos históricos precedentes del alejamiento actual: la alianza entre el presidente Franklin Delano Roosevelt y Winston Churchill para mantener la resistencia frente al nazismo, cuando los ingleses habían quedado prácticamente solos ante la hegemonía de Adolf Hitler sobre Europa, y los portazos que Charles de Gaulle dio en 1963 y 1965 al Reino Unido, que deseaba incorporarse a la Comunidad Económica Europea (CEE, antecesora de la UE).

El gigante de "la Grandeur ” explicó que no creía en la sinceridad de los inconfiables primos de allende el Canal, porque trataban de ingresar en la CEE para boicotearla desde dentro, “puesto que nunca se han considerado parte del continente”.

A la vuelta de los años, el gesto de Cameron aparece como una especie de revancha por lo hecho por Charles le Magne hace medio siglo. Ya se sabe que los ingleses tienen un manejo del tiempo muy peculiar.

Para Nicolas Sarkozy, que consideraba que su alianza con Angela Merkel lo había convertido en el “hombre de Europa”, aquello fue un insulto y desde entonces él y sus ministros no han dejado de acometer contra los británicos en general y los ingleses en particular.
Adjetivos calificativos. En la semana anterior, algunos altos funcionarios de la administración gala llevaron la flamante anglofobia sarkoziana a extremos insólitos. El presidente ya había afirmado que la “triple A” que las calificadoras de riesgo conceden a Francia no está en peligro, “pero sí lo está la calificación de Londres”.
Razones no le faltan: objetivamente, el comportamiento de la economía británica no tiene, ni haciendo malabares con las estadísticas, la fortaleza que se le suele atribuir.
Sus previsiones de crecimiento se revisan a la baja de año en año; así, para 2011, su crecimiento no será el previsto 1,7 por ciento, sino un deprimente 0,9 por ciento, y algo similar acontece con las proyecciones para 2012, que se desploman desde el 2,5 por ciento inicial al 0,7 por ciento.
Poco se dice del déficit, aunque es el tercer peor registro entre los 27 países miembro de la UE (sólo supera a Irlanda y a Grecia, lo que no es una hazaña, ni mucho menos), y el déficit fiscal trepa airosamente al 80 por ciento del producto interno bruto.
A pesar de esos pesares, sus tres “A” se han mantenido incólumes. Hasta ahora. Pero el jueves último, Moody’s, una de las tres mayores calificadoras del mundo (junto con Standard and Poor’s –S&P– y Fitch) advirtió que el gobierno de Cameron “afronta desafíos formidables y crecientes”.
Brindis. Los franceses no son muy adictos a las calificadoras de riesgo, pero se multiplican las razones históricas para presumir que la alerta de Moody’s fue recibida en París con un entrechocar de copas burbujeantes del insuperable champán de Louis Roederer (“Cristal”).
El ministro de Economía, François Baroin, aseveró quizá antes del primer sorbo– que la economía de su país es mejor que la británica y dijo no entender por qué las agencias de calificación de riesgos amenazan a París y no a Londres.
“La situación económica del Reino Unido es actualmente muy preocupante y es preferible ser francés que británico en estos momentos”, dijo. Y llegó hasta el hueso: “No tenemos lecciones que recibir de nadie”.
Un día antes, Christian Noyer, presidente del Banco de Francia, juró por su honeur : “La degradación (de Francia) no me parece justificada en vista de sus cimientos económicos. Si no, deberían empezar por degradar al Reino Unido, que tiene más déficit, la misma deuda, más inflación, menos crecimiento que nosotros y cuyo crédito se hunde”.
Y, en verdad, suele resultar difícil encontrar lógica en ciertos criterios de las calificadoras. Recuérdese, por ejemplo, que S&P se hizo tristemente famosa por haber calificado a Lehman Brothers con una “A” mientras el coloso financiero se derrumbaba y creaba la crisis que se arrastra por el mundo desde hace tres años.
Malas notas. No todo fue responsabilidad excluyente de S&P, porque las otras dos grandes calificadoras aportaron lo suyo, sobre todo cuando premiaron con una triple “A” a activos inmobiliarios insanablemente tóxicos y rebajaron la nota a los Estados Unidos por primera vez en su historia.
Aquí también S&P se superó a sí misma, porque antes de rebajar la deuda estadounidense, envió un borrador de su inminente anuncio periodístico al Tesoro de Estados Unidos, a cuyos funcionarios les bastó con una leve mirada sobre los números para detectar que la calificadora había incurrido en un error de dos billones de dólares. Una bagatela. S&P reconoció que se había equivocado, pero lo mismo bajó la calificación de Estados Unidos.
Además, los genios de S&P no dieron importancia alguna a varios aspectos positivos de la economía de la superpotencia: el mayor incremento desde 2008 en la demanda de créditos por parte de las Pyme (creadoras de la inmensa mayoría de los nuevos empleos), la consolidación de la tendencia positiva de creación de puestos de trabajo por parte del sector privado y la baja del precio del petróleo.
Curiosamente, tampoco han tenido en cuenta el impresentable historial de Alemania: desde 2000, acumula 14 incumplimientos de los tratados de Maastricht y es superada únicamente por Italia y Grecia en materia de transgresiones.
Según admitió Werner Hoyer, presidente del Banco Europeo de Inversiones (BEI) y hasta comienzos de este mes secretario de Asuntos Exteriores de Alemania, “en 2004, Francia y Alemania incumplieron el Pacto de Estabilidad. (...) Entre 2002 y 2005, Alemania no cumplió ninguno de los objetivos de Maastricht en déficit público y deuda. Y, a pesar del rigor fiscal del discurso de Angela Merkel, sigue sin hacerlo”.
Si no fuese por los terribles costos sociales que está cobrando la crisis interminable, sería imposible tomar en serio esta paranoica construcción de Europa como una casa común para sus pueblos
Fuente: LaVoz

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